domingo, 30 de septiembre de 2007

La Reverdie


Del todo hastiado por los fastos de Machado en Soria y afectado aún por la resaca del autobombo del Otoño Musical Soriano (un buen festival que no ha conocido este año su mejor edición, pero sí la más exitosa), para mí ha sido un soplo de aire fresco el maravilloso concierto que las chicas de La Reverdie acaban de dar en el refectorio del monasterio cisterciense de Santa María de Huerta. Debo confesar que nunca las había visto en directo, aunque sí había escuchado con fruición dos de sus discos (Bestiarium y Speculum amoris).

Si buenos son sus discos, mejores son aún cantando y tocando en vivo. Las dos hermanas de’ Mircovich (Ella y Elisabetta) y las dos hermanas Caffagni (Livia y Claudia) son unas artistas excepcionales, que dominan todos los resortes de la interpretación de la música medieval. Yo estaba acostumbrado a ver en estas lides a otros cantantes que cantan y no tocan (o tocan de esas maneras) y a otros instrumentistas que tocan y no cantan (o cantan para salir del paso), pero estas italianas cantan a las mil maravillas (con unas bellas y afinadísimas voces nada o escasamente impostadas) y tocan varios instrumentos con consumada maestría. Y tocan y cantan a la vez como si tal cosa. Les da lo mismo cantar a cappella, que tocar estampies sólo con instrumentos, que mezclar instrumentos y voces. El resultado siempre es magnífico.

Además de dominar la técnica, interpretan este repertorio con una musicalidad que se demuestra tanto en la ejecución, llena de vida (con esos reguladores y esos ritardandi que no sabíamos si se utilizaban o no en la Edad Media, pero que no disuenan), como en las instrumentaciones, delicadas y llenas de sabiduría.

No se ha anunciado lo suficiente este concierto, ni los dos anteriores que el conjunto La Reverdie ha dado en pueblos de Soria. Ni se llenaron las sillas dispuestas en el refectorio del cenobio hortense, ni vi allí a la gente de Soria capital que suele desplazarse a estos eventos. Da igual: las Caffagni y las de’ Mircovich se emplearon a fondo y el escaso público aplaudió como si fueran multitud.

martes, 25 de septiembre de 2007

Muertes cercanas en el tiempo


Carmina Ordóñez y Jerry Goldsmith murieron más o menos por las mismas fechas. Ella era una persona cuyos méritos desconozco; él, uno de los compositores de música cinematográfica más gloriosos de los últimos tiempos. El País les dedicó más o menos el mismo espacio a una y a otro. Sin comentarios.

Con tan sólo once días de diferencia murieron la cantante Rocío Jurado y el compositor György Ligeti. Si mal no recuerdo, El País dedicó cuatro páginas de su sección de cultura a la muerte de la tonadillera (dos más a su entierro el día siguiente) y una simple nota necrológica de agencias a la del compositor, uno de los más destacados de la segunda mitad del siglo XX. Las muchas páginas que El País dedicó a la Jurado no se debieron tanto a la gran cantante que fue como a la sofocante y morbosa atmósfera que el telecotilleo creó en torno a su agonía.

Hace poco murieron Antonio Puerta y Francisco Umbral. El País dedicó tanto o más espacio a la muerte del joven futbolista que a la del polémico, pero consagrado escritor. El espacio que dedicó el periódico madrileño al óbito de Puerta no fue consecuencia de su calidad como futbolista, sino del mucho tiempo que otros medios menos serios dedican al balompié.

Mal me parece que ciertas cadenas privadas de televisión aprovechen la concesión del gobierno y la libertad de expresión para emitir programas de cotilleo que envilecen a los espectadores y destruyen lo poco que desde otros ámbitos se puede hacer en favor de la cultura y del fomento del buen gusto. Y mal me parece que los telediarios –especialmente los de esas cadenas privadas- sean un cúmulo de muchos sucesos, unas cuantas curiosidades intrascendentes y grandes cantidades de fútbol (o de sus entresijos).

Pero me duele más aún que El País, un periódico serio, se deje arrastrar por esos otros medios de comunicación y dedique más espacio del que debe a unos asuntos y menos del que debe a otros.

La Joven Orquesta Sinfónica de Soria, hoy

El 23 de mayo de 2007 publiqué en esta bitácora una entrada en la que, ante la crisis desatada en la Joven Orquesta Sinfónica de Soria (JOSS), tomé partido por el antiguo director musical (Alberto Barranco) y por el antiguo gerente (Rafael Suárez). Ante la desidia por parte de los poderes públicos sorianos para convertirla en una orquesta de titularidad pública, terminé diciendo: “de la Joven Orquesta nunca más se supo”. Aunque no niego que también me refería a la crisis interna de la orquesta, la frase en cuestión se refería, sobre todo, a la escasa intención inicial de reflotarla por parte de los poderes fácticos sorianos, como podrán comprobar quienes relean la entrada.

He vuelto a saber de la JOSS porque hace pocos días tuve la ocasión de escucharla dirigida por su nuevo titular, Vicente Alberola Ferrando. Debo reconocer que sonó muy bien y que Alberola es un músico como la copa de un pino. Y tampoco dudo de que la nueva gerencia sea capaz de sacar adelante a la orquesta: incluso es posible que caiga mejor a algunos de esos poderes fácticos, lo que facilitará algunas cosas.

Pero no nos engañemos respecto a lo que siento. Reconozco los éxitos de la nueva JOSS porque es de justicia hacerlo, pero mis sentimientos de gratitud están con quienes están: con mis amigos Alberto y Rafa. Ese apoyo entusiasta que presté a la Orquesta en la prensa local, ese aplaudir de pie hasta que me dolían las manos, ese soltar bravos hasta quedarme afónico… discúlpenme, pero eso no puedo seguir haciéndolo. Porque no me lo pide el cuerpo. Y no me pidan más razones.