miércoles, 30 de diciembre de 2009

La música y sus fronteras


Una de las manifestaciones –y no de las peores- de lo políticamente correcto es el afán de valorar producciones artísticas subestimadas hasta hace poco, bien por provenir de civilizaciones alejadas de Occidente o por pertenecer a la cultura popular. Pero esta sana valoración positiva ha tenido una consecuencia mucho más discutible, cual es la de creer que no existen fronteras ni divisiones entre unas y otras manifestaciones artísticas.

Sin duda, es el afán por valorar de un modo positivo lo popular lo que ha provocado que no se quieran ver las diferencias que existen entre lo popular y lo culto. Pondré tres ejemplos de esta postura: el primero, un sesudo artículo, publicado en Internet, que identifica a Björk con Karlheinz Stockhausen. El segundo, una afirmación del actual director de Radio Clásica, Fernando Palacios: “¿Qué es música clásica? ¿Quién sabe qué es música clásica? ¡Yo no sé qué es música clásica!”. Y el tercero, un reciente artículo de Antonio Muñoz Molina, en el que el escritor jiennense argumenta lo siguiente con su prosa ejemplar: “Críticos, programadores, teóricos, legisladores de la modernidad, dividen la música en territorios estancos, en escuelas incompatibles entre sí: o tradición o vanguardia, o música popular o música culta, o ruptura o folclore (…) Esas fronteras, tan queridas por los pedantes, o por los que aspiran a expedir certificados de vanguardismo o autenticidad, no han existido nunca para los músicos de verdadero talento, que son siempre más abiertos y más generosos que los discípulos fundadores de ortodoxias.” (Antonio Muñoz Molina, “Músicas de un siglo”, El País, 03/10/2009). La influencia de la música popular en muchas músicas cultas ha sido esgrimida por Muñoz Molina y otros pensadores para justificar la no diferenciación entre unas y otras músicas cuando es, precisamente, uno de los mejores ejemplos de la existencia de estas fronteras: sin ir más lejos, los compositores nacionalistas del siglo XIX se diferencian de otros compositores contemporáneos suyos solamente porque aquéllos son influidos por la música tradicional de su país y éstos no. Prescindir de estas fronteras supondría tener que dejar de hablar de nacionalismo en música y suprimir este capítulo de los manuales.


Exceptuando el caso de Palacios (para quien “ampliar el concepto de música clásica” es un recurso interesado que pretende justificar la emisión en Radio Clásica de músicas que hasta entonces no se habían emitido), en los demás casos nos encontramos con declaraciones de buenas intenciones por parte de melómanos, declaraciones que no se ven ratificadas por el análisis técnico de estas músicas: las fronteras existen, por más que las influencias entre unos y otros tipos de músicas hayan sido constantes y muy fructíferas. Así, el genial divulgador Pierre Charvet desmontó con su habitual clarividencia la identificación entre Björk y Stockhausen en poco más de un minuto de su Mot du jour. La afirmación de Fernando Palacios, por otra parte, quedó en entredicho cuando éste dijo en su propio programa que Luisa Fernanda, de Moreno Torroba, destacaba por su equilibrio entre lo culto y lo popular. ¿No había dicho antes que no sabía qué era lo culto? Y, por último, Muñoz Molina, dos años antes de defender la inexistencia de fronteras entre la música culta y la música popular, reconocía implícitamente en otro artículo su existencia, al comparar favorablemente a los intérpretes de música popular cuando cantan o tocan música culta con los intérpretes de música culta cuando cantan o tocan música popular (Antonio Muñoz Molina, “Adefesios”, Scherzo, octubre de 2007).

No quiero aburrirles con las diferencias técnicas que hay la música culta y la música popular urbana: no quiero alargar más este artículo. Otra vez será. Y si no, escuchen el citado Mot du jour de Pierre Charvet en los archivos virtuales de France Musique.

miércoles, 8 de abril de 2009

Carta abierta a la Ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, sobre el deterioro de Radio Clásica

Estimada señora Ministra:

Sabemos, por su participación en el programa Juego de Espejos, que usted es melómana y oyente asidua de Radio Clásica. Por ello, me permito la libertad de hacerle llegar esta carta con la esperanza de que atienda mis peticiones.

Como usted bien sabrá, el descontento que ha provocado en muchos oyentes la actual situación de Radio Clásica se ha visto reflejado en una cantidad de protestas que nunca antes (ni siquiera durante el mandato del mediocre Adolfo Gross) había generado esta emisora. Entre septiembre y noviembre de 2008, el diario Público (09-09-08) y la revista especializada Scherzo (11-2008) publicaron una carta firmada por 107 personas (entre ellas un conocidísimo escritor y varios compositores, intérpretes y musicólogos de reconocido prestigio) en la que los firmantes protestábamos contra la supresión del programa misceláneo nocturno La noche cromática; el 14 de octubre del mismo año, La Vanguardia publicó una nueva carta en la que 156 personas hicieron ver su descontento global con la nueva programación de Radio Clásica. En todos los foros externos de Internet que han dedicado hilos a esta emisora las protestas contra la nueva dirección de Radio Clásica son abrumadoramente mayoritarias; incluso en el propio foro de esta emisora (en el que la presencia encubierta de personas allegadas a la actual Radio Clásica es superior a otros foros) las quejas predominan sobre los mensajes de apoyo. La propia Defensora del Espectador de RTVE, Elena Sánchez Caballero, podrá informarle si se lo pide del número de quejas recibidas relativas a la actual Radio Clásica.

Estas quejas tienen que ver con diversos aspectos de la nueva programación: la irritante mezcla de música clásica con músicas no cultas en horario de máxima audiencia (tal vez sea ésta la queja más unánime y más persistentemente formulada); la menor calidad de la mayor parte de los nuevos colaboradores en relación con otros prejubilados (a causa del famoso ERE), despedidos (como Jacobo Durán-Loriga y María Santacecilia) o infrautilizados (como José Luis Pérez de Arteaga y como su admirada Ana Vega Toscano, que pasó de tener un programa diario a uno semanal y ha dejado de transmitir muchos conciertos en beneficio de otros comentaristas menos expertos); el exceso de comentarios hablados frente a las emisiones de música; la presencia de contenidos no musicales en varios programas; la tendencia a cortar las obras y a hablar mientras la música se sigue emitiendo; la emisión de obras sin citar títulos, autores ni intérpretes al terminar las mismas; una cierta intención didáctica (para buscar nuevos públicos) que sólo ha supuesto una rebaja en los contenidos de la emisora, con una menor variedad en la elección de obras y una mayor insistencia en el repertorio más trillado; el excesivo protagonismo que el propio Palacios ha asumido en la cadena que él mismo dirige (con un programa que se emite simultáneamente en Radio Clásica y Radio Nacional y se repone por las noches, la recuperación de un programa antiguo, locución, publicidad explícita de la colección de discos que protagoniza y dirige en algún programa…), etc.


Como usted podrá comprobar en los foros, estas protestas contra la nueva programación de Radio Clásica no han cesado con el paso del tiempo. La actitud de Fernando Palacios, lejos de ceder en algunos aspectos o de intentar negociar con los descontentos, ha sido la de “mantenella y no enmendalla” y la de recurrir a los procedimientos más arteros y antidemocráticos (él, que presume de progresista y moderno) para intentar acallar las críticas: en primer lugar, mintió en la prensa cuando dijo que Durán Loriga y Santacecilia habían pactado su propio despido (Scherzo, noviembre de 2008) o cuando inventó una supuesta encuesta, “en la que los oyentes manifestaron su adhesión incondicional a esta "nada nueva" manera de programar” (La Vanguardia, 15-10-2008). En segundo lugar, Palacios pidió a la responsable de la página web de Radio Clásica que suprimiera el foro de la citada web, cosa a la que ella no accedió. En tercer lugar (y ante la imposibilidad de suprimir el foro), Palacios ha consentido que se ejerciera la censura en el citado foro, borrando mensajes críticos contra la nueva programación. En cuarto lugar, Palacios ha consentido igualmente que personas muy allegadas a él o a los nuevos colaboradores de la emisora, encubiertos bajos diversos seudónimos, insultaran en éste y en otros foros a personas críticas con la nueva programación e incluso a antiguos colaboradores de la Casa despedidos por él, violando así las normas de conducta del propio foro, en el que nadie ejerce las tareas de moderador, aunque nos consta que varias personas tienen el cometido de ocuparse de él (la periodista Marta Pastor, el musicólogo Miguel Morate e incluso una empresa privada que se ocupa del mantenimiento de la web). En quinto lugar, Palacios ha consentido igualmente que en estos foros se propagaran falsos rumores, como decir que los despidos de Durán-Loriga y Santacecilia obedecían a cuestiones económicas (atribuyéndoles unos sueldos muy superiores a los que en realidad cobraban) o como tildar a todas las personas críticas con las nueva programación de personas retrógradas, extremadamente conservadoras e incluso con ideas políticas de extrema derecha, aglutinados en torno a la página web Periodista Digital. En sexto lugar, Palacios ha intentado disimular la cuantía de sus cambios, atribuyendo la condición de ‘casi-clásicas’ a las músicas no cultas que se están emitiendo (como Amy Winehouse, que disfrutó de un programa monográfico en horario de máxima audiencia) y diciendo que se emiten en “un ínfimo porcentaje”, cosa no tan cierta como afirmó. Por último, Palacios ha intentado minimizar la importancia de todas estas protestas atribuyendo impropiamente a los despedidos Jacobo Durán-Loriga y a María Santacecilia la función de promoverlas y alentarlas, tal y como dijo en una entrevista concedida a La Voz de España el 12 de noviembre de 2008. Estas protestas son en realidad espontáneas y provienen de muchos oyentes individuales descontentos con la actual Radio Clásica

Si Palacios está consiguiendo su objetivo de encontrar nuevos públicos, lo está haciendo a costa de la renuncia a seguir escuchando Radio Clásica por parte de un número aún mayor de oyentes de toda la vida, pues los únicos datos que el ciudadano de a pie dispone sobre la audiencia de Radio Clásica indican una ligera bajada sobre el período equivalente del mandato de su antecesor, José Manuel Berea (110.000 oyentes diarios entre febrero y noviembre de 2008, frente a los 111.000 del mismo período del año anterior). De cualquier manera, sí ha sido significativa la bajada en Radio Nacional de los índices de audiencia de Música sobre la marcha (el programa dirigido y presentado por el propio Palacios) respecto a su antecesor, los Clásicos Populares, de Fernando Argenta, persona a la que ninguno de los actuales directivos de RTVE ha querido mantener en antena. No podemos contrastar la veracidad de varios mensajes en los foros que apuntan a una continua caída en los índices de audiencia de Radio Clásica en los meses posteriores a la última medición del EGM hecha pública.

Hemos sido muchos los oyentes que hemos hecho ver en la prensa y en los foros nuestro descontento con la actual situación de de Radio Clásica con la esperanza de que Fernando Palacios cambiara su actitud y volviera a restituirnos la Radio Clásica de siempre, la que nosotros amábamos y la que era una parte importante de nuestras vidas. Todo este esfuerzo ha sido vano y ya no albergamos esperanza alguna de que Palacios dé marcha atrás, lo que nos lleva, señora ministra, a rogarle encarecidamente que lo destituya cuanto antes y que ponga en su lugar a una persona competente y prudente que nos devuelva la Radio Clásica que amábamos: la de antes, la de toda la vida.

Atentamente,

José del Rincón

Si algún lector lo desea, puede utilizar esta carta como modelo, copiando y modificando su contenido, para redactar otras cartas con la finalidad de enviarlas por correo postal a la nueva Ministra de Cultura en los próximos días.

sábado, 14 de marzo de 2009

A vueltas con la supresión de 'La noche cromática' (respuesta a Juan Rosas)


El musicólogo Juan Rosas, en su bitácora Viva Radio Clásica, escribe un extenso comentario sobre la supresión de La noche cromática en el que se dirige a mí, como persona que encabezó una carta (publicada en su momento por Público y por Scherzo) en la que 107 personas protestamos contra la supresión del citado programa misceláneo. Le agradezco la cortesía y me permito responderle aquí mismo.

Dice Juan Rosas que nunca encontró demasiada química entre los presentadores de La noche cromática; yo opino todo lo contrario. Precisamente si la supresión de LNC ha generado tantas protestas ha sido, en buena parte, por la química existente entre Jacobo Durán-Loriga y María Santacecilia. Puede que los conocimientos de esta pareja no sean superiores a los de algunos de los afectados por el ERE, pero es precisamente el entendimiento entre ambos una de las factores que ha hecho que este programa haya sido tan apreciado por su numeroso público. Es difícil que alguno de los nuevos magacines genere la misma química que generaba LNC, pues sus comentarios son leídos y no repentizados; lo demuestra el hecho de que se produce más química cuando alguna de las nuevas presentadoras de RC forma pareja con Palacios en Música sobre la marcha que cuando está al lado de su compañero de magacín, al no poder leer el guión y mostrarse así más espontánea. Buena parte de la química entre Jacobo y María venía dada por el sentido del humor que adornaba a ambos, por la aparente lucha de sexos y edades que se traían entre manos y por lo diverso de sus caracteres: frente a la mordacidad de algunos comentarios de Jacobo se contraponía la dulzura de María. En abstracto –y a modo de ejemplo- un programa como Acompasa2 nunca podrá generar tanta química como LNC, pues los comentarios de Martín y de Beatriz son indistinguibles unos de otros, al estar cortados más o menos por el mismo patrón: biografía del autor-historia de la obra-historia del estreno. Aunque no me consuele del todo, debemos alegrarnos de que siga habiendo una pareja "antigua" en Radio Clásica con muchísima química: la formada por los excelentes Gonzalo Pérez Trascasa y Ramón Marijuán, única pareja no mixta de la actual programación.

Sigue diciendo Rosas: “en todo caso, no puedo estar de acuerdo con la campaña de Pocho (…) porque creo que se retiró de parrilla a profesionales de un nivel aún superior como José Iges, Aracil o Araceli y nadie dijo nada (…). De hecho, nadie ha organizado campañas a favor de éstos, ni ha montado todo este aparato, cuando lo merecían si acaso mucho más que Jacobo y María (al menos, por tener muchos años más de experiencia).” Si ello fue así, se debe a dos motivos: en primer lugar, porque yo fui el promotor de la recogida de firmas y yo fui quien decidió el tema de la protesta (la supresión de LNC y el consiguiente despido de Jacobo y María) porque me lo pedía el alma; en segundo lugar, porque todos los demás profesionales que cita Rosas se acogieron voluntariamente a la prejubilación marcada por el ERE; en cambio, La noche cromática fue suprimida (y Durán-Loriga y María Santacecilia despedidos de Radio Clásica) en contra de su voluntad, lo cual es bien distinto. Lo que no quita que yo no aprecie a García del Busto, Pepe Rey, Aracil, Iges y tantos otros funcionarios de la Casa acogidos al ERE, al igual que algunos de los firmantes de la carta, que, a la par que suscribían el texto, se solidarizaban también en sus correos electrónicos privados con estos valiosísimos comentaristas. Y no sólo protestamos en su día contra la ausencia de ciertos trabajadores, sino contra la infrautilización de dos magníficos profesionales aún en activo como Pérez de Arteaga y Ana Vega Toscano, que han visto mermadas las horas de sus programas y la frecuencia de sus retransmisiones.

Lo que es un asunto de pura discrepancia musical se ha querido ver, para desviar la atención, como un problema económico y político. Para que pareciera un asunto económico se ha propalado intencionadamente la especie de que los artífices de La noche cromática ganaban un dineral (se quería justificar así, en parte, su despido) y que los presentadores de los nuevos magacines son poco menos que mileuristas que demasiado hacen a cambio de lo poco que cobran, porque ningún catedrático va a querer hacer un programa por tan poco dinero. Supongo que Radio Clásica nunca ha tenido el presupuesto que una empresa de sus características merecía, pero también creo que hay varios indicios que demuestran que su situación financiera tampoco es crítica: en primer lugar (y a diferencia de la etapa Berea, en la que sólo LNC estaba presentada por un dúo mixto) los principales programas de la nueva hornada están presentados por parejas, y ya se sabe que un programa presentado por dos es más caro que uno presentado por una sola persona. En segundo lugar, ha aumentado el número de programas con unos títulos de crédito más largos (realizadores, productores y técnicos de sonido). Y en tercer lugar, el propio Palacios ha declarado que una de una de las peticiones que hizo a sus superiores fue la contratación de más técnicos de grabación, para poder transmitir conciertos de más orquestas españolas. Volviendo a los sueldos de Jacobo y María, son exageradas y falsas las cifras que se han publicado en algún foro; por otra parte -y si hemos de creer lo dicho por otro interviniente en uno de los foros citados más abajo- los salarios de los presentadores de los nuevos magacines no son o ya no son los de unos mileuristas, sino unos sueldos bastante dignos, cosa de la que cualquier persona bienintencionada no puede sino alegrarse.

También se han querido politizar las protestas a la nueva orientación de Radio Clásica, adjudicándonos a sus críticos una filiación de extrema derecha y adscribiéndonos al blog de J. C. Deus en Periodista digital. Me consta que Durán-Loriga y María Santacecilia no tienen vínculo alguno con el señor Deus y créanme cuando les digo que la primera vez que yo lo leí fue en el artículo titulado "Radio Clásica peligra". Con Deus sólo tengo en común situarme en contra de la nueva Radio Clásica; por lo demás, Deus pide más música y menos palabras y yo no necesariamente, pues siempre que he dado la cara para defender algún programa de Radio Clásica (A contraluz y Música Reservata en su momento, La noche cromática más recientemente) han sido programas “de autor”. Sí es cierto que el blog de Deus era, antes de la creación del foro de Radio Clásica, el principal lugar en el que podíamos expresar nuestros comentarios contrarios a la nueva RC y aún quedan foreros que prefieren este medio por motivos evidentes: hay menos trolls, no hay censura e incluso algunos intervinientes se sienten ahí más a salvo de posibles espionajes cibernéticos que en el foro de RNE, de cuyos responsables no terminan de fiarse.

Otro de las posturas esgrimidas por Rosas y por otros defensores de la actual Radio Clásica es el victimismo, pues creen ser el objeto de comentarios ofensivos y ultrajantes. Perdonen, pero quienes tenemos más derecho a sentirnos víctimas somos nosotros. La nueva generación de Radio Clásica está trabajando muy a gusto en RNE; por el contrario, han sido Jacobo Durán-Loriga y María Santacecilia quienes se han visto obligados a engrosar las listas del paro. Ustedes tienen la Radio Clásica que deseaban tener y disfrutan de ella; nosotros la sufrimos y echamos de menos la de antes. Teniendo la sartén por el mango, toda esta exhibición de victimismo se debe a que no esperaban el aluvión de críticas recibidas o, más bien, a que estas críticas no han amainado con el paso del tiempo. Es cierto que algunos comentarios aparecidos en el citado blog de Periodista digital son, sí, duros, pero no recuerdo yo que sean especialmente ofensivos ni insultantes. En cambio, me parece intencionado que Juan Rosas omita el hecho de que el foro de Radio Clásica está lleno de trolls partidarios de la nueva programación que sí han llegado a insultar a sus detractores, tanto a quienes escriben -como ellos- bajo seudónimo, como a personas de carne y hueso como quien firma estas líneas; estos mismos trolls han intentado recalar también en el foro de Deus, aunque con menor fortuna. Frente a lo que dice Rosas, nadie ha tildado de usurpadores, que yo sepa, a los artífices de los nuevos magacines, aunque las comparaciones con la defenestrada Noche cromática son lógicas e inevitables. Recién despedidos Durán y María Santacecilia, Palacios pintó de color de rosa la aparición de una “nueva generación de Radio Clásica” que iba a ser poco menos que la reencarnación de José Luis Téllez con la lozanía y la belleza de la juventud; la constatación de que estos colaboradores tampoco eran lo que se esperaba de ellos suscitó los inevitables comentarios e hizo que no nos olvidáramos de LNC.

Ironiza Juan Rosas sobre la existencia de la censura en el foro de Radio Clásica (“según dicen”, espeta el musicólogo). Aunque ningún mensaje mío ha sido suprimido, yo he visto en vivo y en directo la supresión de algún mensaje al poco de ser publicado y doy crédito a otros foreros que sí han sufrido cómo se borraba alguno de los suyos (uno de ellos, Pocoyo_Pato, no es en absoluto una persona sospechosa de criticar la nueva programación, lo que demuestra, por otra parte, la torpeza de la mano que borra). Mientras críticas serias y respetuosas a la nueva orientación de RC han sido suprimidas inmisericordemente, mensajes ofensivos dirigidos contra personas de carne y hueso (y contrarios a las normas de respeto que deben imperar en cualquier foro) siguen colgados sin que nadie haga nada por evitarlo.

Creo que, de forma injusta, Juan Rosas mete en el saco de quienes critican con malas maneras a la nueva RC a Enrique Castro, y critica el título de su nueva bitácora, en la que Castro enarbola el lema “Salvemos Radio Clásica”. Mire, Juan: los títulos han de ser breves por necesidad, y cada cual entiende por Radio Clásica lo que quiere entender. Cuando Castro –siguiendo el modelo de la plataforma Salvemos La noche menos pensada- dice “Salvemos Radio Clásica”, se refiere a la Radio Clásica que él y yo amábamos: la anterior a la llegada de Palacios como director. Del mismo modo que cuando Juan Rosas dice “Viva Radio Clásica”, se refiere a la nueva Radio Clásica. Igual de legítimo.

Por último, Juan Rosas se refiere de forma reiterada al “cataclismo” que ha supuesto el reciente ERE para Radio Clásica; a este respecto, yo quiero recordarle las sorprendentes declaraciones que Palacios efectuó a la revista virtual OpusMúsica, en las que afirma lo siguiente a propósito del citado expediente de regulación de empleo: “FP.- De hecho, Radio Clásica se quedó en el esqueleto, casi sin personal (…) Debido a esto, todos los cambios que se han realizado en la emisora han podido hacerse desde la base. OM.- Sin esa coyuntura ¿hubiera podido hacerse una renovación de la programación como la que se ha puesto en marcha? FP.- No lo sé; algo hubiera podido hacerse. Pero, desde luego, yo no hubiese aceptado hacerme cargo de ellas en las anteriores circunstancias.”

Otros creemos que el cataclismo, otro cataclismo, podría haber sido evitado.

martes, 10 de febrero de 2009

Pierre Charvet y 'Le mot du jour'


No es mi intención extenderme demasiado sobre la actual situación de Radio Clásica. Aunque no es lo único que podría decir de ella, debo confesar que varios programas (algunos de los cuales se emiten en horario de máxima audiencia) mezclan la música clásica con otras músicas populares. Escuchar esas mixturas a esas horas me produce (y no soy el único) un doloroso desconcierto.

Así las cosas, busqué refugio en France Musique. La cosa no estaba mucho mejor, pues las músicas populares estaban presentes en una proporción similar a la de la actual Radio Clásica, y los contenidos extramusicales aparecían todavía más que en la emisora española. Sin embargo, creo que no me equivoco si digo que la calidad de los comentaristas es mayor en France Musique, sobre todo si paramos mientes en colaboradores de la talla de Alain Pâris, de Jean-François Zygel o de Pierre Charvet.

Tras las sucesivas desapariciones de A contraluz, Música reservata y La noche cromática, uno se encontraba huérfano de un apasionante programa de radio con el que implicarse a fondo. Y ha sido Le mot du jour, de Pierre Charvet, el programa que ha ocupado el lugar que dejaron vacante en mi vida los programas españoles que acabo de mencionar. En Charvet se alía una sólida formación como compositor (adquirida sobre todo en el IRCAM de París y en la Manhattan School of Music de Nueva York) con unas innatas dotes como pedagogo. Charvet habla con una mezcla casi imposible de espontaneidad y aplomo y con un entusiasmo entreverado de ese buen humor que sólo tienen los más grandes. Un ejemplo –entre tantos otros- de su talento se pudo ver cuando explicó algo tan complejo como la isorritmia del Ars Nova con un ejemplo sonoro de desarmante sencillez. Charvet no duda en recurrir al piano o en cantar con su propia voz para dejar más claras aún sus explicaciones: entonces me parece mejor, si cabe. Gracias, Pierre.

Los acuerdos de Bolonia y la formación en valores

Cuando fue promulgada la LOGSE, muchos profesores vaticinamos el desastre que se avecinaría en la enseñanza secundaria. A pesar de la percepción negativa de buena parte de la sociedad, refrendada por los malos resultados de los alumnos españoles en el informe PISA, Zapatero no sólo no rectificó (pues la LOE es casi un mero calco de la LOGSE), sino que él y los demás presidentes de gobierno de los países europeos van a extender el destrozo educativo a la Universidad con la firma de los acuerdos de Bolonia. Según estos acuerdos, se va a unificar la estructura de todos los estudios universitarias en los países firmantes, con la implantación de carreras de cuatro años en las que el primer curso consiste en una especie de enseñanzas comunes, el cuarto en prácticas no remuneradas y tan sólo el segundo y el tercero constan de materias específicas de cada carrera. El resto de la formación quedaría en manos de unos másteres mucho más caros que las actuales matrículas de la universidad pública, aunque los gobiernos insisten en que éstos no son necesarios para poder trabajar. Por otra parte, las citadas prácticas van a suponer unos acuerdos con empresas privadas que irán en detrimento de las carreras -como las de letras- cuyas salidas no son el trabajo en tales empresas.

Al igual que sucedió con la secundaria, la reacción en contra de los acuerdos boloñeses por parte de profesores y alumnos universitarios ha sido fuerte, aunque no les faltan defensores, como el neumólogo y profesor de Medicina Pere Casan, que en una carta a El País (14/01/09) pide que “partamos de cero y hagamos el cesto con los mejores mimbres. Que los profesores sepan leer, escribir, hablar, disciplinarse, trabajar cerca de los alumnos, ser creativos, humanistas, conozcan otras lenguas y otros países y, fundamentalmente, transmitan valores”.

Señor Casan: si algún día tengo que ponerme en manos de algún antiguo alumno suyo, me conformo con que usted le haya transmitido, fundamentalmente, conocimientos de medicina. Respecto a los valores, me doy por satisfecho con los que hayan podido inculcarle sus padres.

jueves, 5 de febrero de 2009

Los Beatles


Si tuviera que elegir cuál es mi música popular preferida, ésta sería, con mucha diferencia, la de los Beatles. Creo que los Beatles son, en cuanto a la calidad, un fenómeno sin parangón en el mundo de la música popular urbana de todos los tiempos. Me parece ocioso el intento de compararlos con los Rolling Stones: quienes prefieren -y son unos cuantos- a los Rolling antes que a los Beatles están seguramente condicionados por razones extramusicales y por esa maldita manía de decir que los Beatles son “blandos”. Y aunque lo fueran, ¿por qué lo blando ha de ser peor que lo duro? Que me den razones objetivas para demostrar que lo blando es intrínsecamente malo. Como dijo el gran Diego A. Manrique, entre unos y otros “no hay color”. Los Rolling pudieron crear cuatro o cinco canciones memorables (Satisfaction, Paint it, Black, Wild horses, Brown sugar...) pero muchas otras mediocres, a diferencia de los Beatles, excelsos en casi todo lo que hicieron.

Las canciones de los primeros tiempos de los Beatles no diferían demasiado de las de otros grupos de su época, salvo en su calidad. Pero casi tan admirable como esta enorme calidad fue su constante evolución: sus canciones fueron haciéndose más complicadas armónica y formalmente, hasta llegar a un grado de complejidad y disonancia insólito en el pop y el rock.

Últimamente estoy volviendo a explicar los elementos básicos de la teoría del lenguaje musical en un curso de la ESO al que hacía años que no daba clase; por variar un poco el estilo de los ejemplos auditivos, intento buscar algunos en la música popular urbana. Y siempre son los Beatles los que me suministran esos ejemplos. ¿Compás ternario, tan escaso en el pop y el rock? You’ve got to hide your love away, Norwegian wood. ¿Mezcla de compás binario y ternario? We can work it out, Lucy in the sky with diamonds. ¿Homofonía a capella? El principio de Nowhere man. ¿Contrapunto? El principio de Paperback writer. ¿Instrumentos musicales de otras culturas? La citada Norwegian wood, Strawberry fields forever. ¿Una orquesta de cuerda? Eleanor Rigby. ¿Un solo de trompeta en estilo barroco? Penny Lane. ¿Disonancias propias de la música contemporánea? El final de la citada Strawberry fields forever y A day in the life. ¿Sonido ambiental grabado? A day in the life otra vez.

Por si fuera poco, el genial Pierre Charvet ha encontrado en los Beatles el que posiblemente sea el único ejemplo de una tercera de picardías que hay en la música popular urbana. En suma: si nos dedicamos a estudiar a los Beatles desde un punto de vista analítico, veremos que son muchos los elementos constitutivos de la música que se encuentran en ellos y en ninguna otra música popular urbana. Hasta en eso eran geniales.