miércoles, 30 de diciembre de 2009

La música y sus fronteras


Una de las manifestaciones –y no de las peores- de lo políticamente correcto es el afán de valorar producciones artísticas subestimadas hasta hace poco, bien por provenir de civilizaciones alejadas de Occidente o por pertenecer a la cultura popular. Pero esta sana valoración positiva ha tenido una consecuencia mucho más discutible, cual es la de creer que no existen fronteras ni divisiones entre unas y otras manifestaciones artísticas.

Sin duda, es el afán por valorar de un modo positivo lo popular lo que ha provocado que no se quieran ver las diferencias que existen entre lo popular y lo culto. Pondré tres ejemplos de esta postura: el primero, un sesudo artículo, publicado en Internet, que identifica a Björk con Karlheinz Stockhausen. El segundo, una afirmación del actual director de Radio Clásica, Fernando Palacios: “¿Qué es música clásica? ¿Quién sabe qué es música clásica? ¡Yo no sé qué es música clásica!”. Y el tercero, un reciente artículo de Antonio Muñoz Molina, en el que el escritor jiennense argumenta lo siguiente con su prosa ejemplar: “Críticos, programadores, teóricos, legisladores de la modernidad, dividen la música en territorios estancos, en escuelas incompatibles entre sí: o tradición o vanguardia, o música popular o música culta, o ruptura o folclore (…) Esas fronteras, tan queridas por los pedantes, o por los que aspiran a expedir certificados de vanguardismo o autenticidad, no han existido nunca para los músicos de verdadero talento, que son siempre más abiertos y más generosos que los discípulos fundadores de ortodoxias.” (Antonio Muñoz Molina, “Músicas de un siglo”, El País, 03/10/2009). La influencia de la música popular en muchas músicas cultas ha sido esgrimida por Muñoz Molina y otros pensadores para justificar la no diferenciación entre unas y otras músicas cuando es, precisamente, uno de los mejores ejemplos de la existencia de estas fronteras: sin ir más lejos, los compositores nacionalistas del siglo XIX se diferencian de otros compositores contemporáneos suyos solamente porque aquéllos son influidos por la música tradicional de su país y éstos no. Prescindir de estas fronteras supondría tener que dejar de hablar de nacionalismo en música y suprimir este capítulo de los manuales.


Exceptuando el caso de Palacios (para quien “ampliar el concepto de música clásica” es un recurso interesado que pretende justificar la emisión en Radio Clásica de músicas que hasta entonces no se habían emitido), en los demás casos nos encontramos con declaraciones de buenas intenciones por parte de melómanos, declaraciones que no se ven ratificadas por el análisis técnico de estas músicas: las fronteras existen, por más que las influencias entre unos y otros tipos de músicas hayan sido constantes y muy fructíferas. Así, el genial divulgador Pierre Charvet desmontó con su habitual clarividencia la identificación entre Björk y Stockhausen en poco más de un minuto de su Mot du jour. La afirmación de Fernando Palacios, por otra parte, quedó en entredicho cuando éste dijo en su propio programa que Luisa Fernanda, de Moreno Torroba, destacaba por su equilibrio entre lo culto y lo popular. ¿No había dicho antes que no sabía qué era lo culto? Y, por último, Muñoz Molina, dos años antes de defender la inexistencia de fronteras entre la música culta y la música popular, reconocía implícitamente en otro artículo su existencia, al comparar favorablemente a los intérpretes de música popular cuando cantan o tocan música culta con los intérpretes de música culta cuando cantan o tocan música popular (Antonio Muñoz Molina, “Adefesios”, Scherzo, octubre de 2007).

No quiero aburrirles con las diferencias técnicas que hay la música culta y la música popular urbana: no quiero alargar más este artículo. Otra vez será. Y si no, escuchen el citado Mot du jour de Pierre Charvet en los archivos virtuales de France Musique.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fernando Palacios: “¿Qué es música clásica? ¿Quién sabe qué es música clásica? ¡Yo no sé qué es música clásica!”.
No me cabe ninguna duda. Sobre todo acerca del tercero de los enunciados.